julio 17, 2007

Dejad de que los niños se acerquen a mi


Se me ocurren pocos lugares tan perniciosos para dejar a un niño que tras la siniestra puerta de la sacristía. Imagino a uno de esos curas pedrastas y se me revuelve el estómago. Los católicos estadounidenses deben de tenerlo bastante claro, después de que la jerarquía eclesiástica de ese país haya tenido que vender hasta los confesionarios para hacer frente a las condenas por ese delito miserable. Mientras en España, reserva espiritual, Monseñor Rouco ha tenido que tapar tambien las vergüenzas de algunos curillas de sotana sucia y credo lascivo. Él tan ocupado en manifestar su honda preocupación por los contenidos de la nueva asignatura, "educación para la ciudadanía", se venía mostrando menos cicatero para lavar la cara a esos delincuentes ensotanados y contentarse con cambiarlos de parroquia y de feligreses (nueva carne fresca). El Papa también anda ocupado en otras importantes tareas, como desmentir el limbo o augurar demonios del inframundo viviendo entre nosotros, que por otro lado mirándole a la cara, uno duda de a quien se refiere exactamente. Entre frescos de Miguel Angel, Castillos, Palacios, oros y bancos vaticanos, minucias como la de violar a niños indefensos, deben de justificarse como daños colaterales. Como las bombas de los de las Azores cayendo sobre los mercados de frutas y hortalizas en Bagdad, vamos. No llevar a los niños a las iglesias. Detras de esa sotana, esa mirada llena de amor de Dios puede esconder realmente un monstruo de siete cabezas.

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